EL ALGODONERO: UN RELATO DE ESPERANZA
- Valerie Rodas

- 27 sept 2023
- 4 Min. de lectura
Teodoro me cuenta, con su sonrisa amplia, que le dice firmemente a su hijo mayor: “...Mijo, el alcohol es pobreza… si vos me ves tomando entonces tomá pero lo que no me veas haciendo, no lo hagas.” Este entusiasta guatemalteco, tiene una buena razón para saber que el exceso de alcohol es sinónimo de pobreza, tanto de espíritu como material.
Teodoro tiene cuarenta y tantos años, lleva la mitad de su vida caminando por las calles de la ciudad de Guatemala, desde la zona 1 hasta la zona 16 lleva en sus manos decenas de algodones de domingo a domingo desde hace décadas.
La base de lo que hoy se conoce como algodón de azúcar nació hace unos seis siglos atrás, en Italia, cuenta el internet que los cocineros solían calentar azúcar hasta hacerla líquida y luego, con un utensilio largo, formaban largos hilos flexibles para enredar y utilizar como decoración de postres.
Teodoro, fue un niño como muchos, en las notas de Alux: sin una linda escuela ni un libro para alcanzar una estrella. A los 11 años de edad tomó un bus, con sus caites y una sábana a cuestas que protegía algunas prendas y un poncho. No conoció a su papá, quien murió como miles, durante el conflicto armado interno, sabía que su madre no podría darle más y decidió unirse a su hermano mayor en la capital para lustrar zapatos. Me contó también cómo era la vida en su natal Quiché, constantemente escondiendose tras las ventanas o debajo de la cama por el terror a las balas, nadie quería ir a la escuela o a los centros de salud porque había un inminente peligro de morir.
Teodoro conoció el alcohol siendo un niño, a las drogas también, pero fue el alcohol el que se apoderó de su vida. Me relata cómo ingería las botellas de alcohol etílico y que cada centavo ganado era para satisfacer su vicio. Eso sí, nunca robó. Recuerda que había un cine en la 40 calle, que permitía el ingreso de menores para ver películas de adultos. Percibo en su rostro la frescura de los recuerdos, allí todo era permitido, muchos parecían zombies a causa de las drogas y podían permanecer ahí toda la tarde. A Teodoro le impactaba mucho la pantalla gigante y con la mentalidad de un niño, soñaba con que algún día sería tan valiente como Rambo.
Conoció en ese lugar a un señor que lo acogió en su casa para enseñarle el oficio de preparar y vender algodones de azúcar, lamentablemente, no tuvo la estadía más grata que pueda recordar y pasó, tras un par de años, a trabajar con otro “Don”, afortunadamente una persona que sí le dio una vida más digna y que le permitió aprender a leer y escribir lo necesario para comunicarse. Cuando llegó a la ciudad, no sabía español, solamente sabía decir la palabra “lustre” y “guaro”.
“Los alcohólicos nos volvemos mentirosos, inventamos excusas para tomar seño, pero son todas mentira, no es tristeza, no es la vida dura… son babosadas, -extiende sus manos- es que el alcohol se apodera de uno y uno no quiere pedir ayuda para salir de verdad…”
Teodoro alcanzó el borde de la muerte muy joven y volvió con su madre a Quiché, conoció Alcohólicos Anónimos y aprendió a vivir, un día a la vez. Estaba sobrio pero pensando todos los días, durante casi una década, en beber alcohol hasta que un día, ocupando su mente y con el propósito de sacar adelante a su familia, no pensó más en ello. Volvió a la ciudad a trabajar.
Lleva 21 años sobrio y me lo cuenta entusiasmado, positivo porque venció a su contrincante como lo hicieron aquellos héroes de las películas.
Actualmente, su hija y su hijo están estudiando, él sonríe orgulloso porque cerró un ciclo de dolor para abrir otro de tranquilidad. El negocio de los algodones le ha permitido subsistir, pagar una renta, comida y costear el estudio de sus hijos para que con un libro ellos sí puedan alcanzar una estrella.
Camina kilómetros al día, pero comprar un automóvil no es una prioridad para él; cuando su hijo le acompaña a vender, le anima a observar a los trabajadores de oficinas y le aconseja esforzarse para ser como ellos.
Un día, un desconocido le dejó pagado su almuerzo en un restaurante, otro día, vio un asalto y se alejó sigilosamente, con la experiencia que le ha dado la vida me asegura que hay muchas personas buenas pero que el mal está cada vez más presente en las calles. Le creo porque lleva décadas siendo testigo de infinidad de sucesos.
Teodoro contagia con su optimismo, me comparte que le gusta la vida así como la vive ahora, trabajando y observando a quienes felizmente se endulzan con su producto. Tiene su propia maquinaria para preparar los algodones y esto le permite cubrir la producción, no solo para las calles de la ciudad sino también para acompañar en eventos corporativos.
Este guatemalteco tiene una historia de esfuerzo y adversidades, pero también es una historia de esperanza, de fuerza de voluntad y de cómo la riqueza no siempre se presenta con opulencia necesariamente sino también con tener paz con uno mismo para poder transmitirla a quienes nos rodean e inspirarnos a no rendirnos ante la adversidad. Enhorabuena por el éxito de Teodoro. Estrecho su mano fuerte y le dejo una sonrisa de admiración.
Si necesita algodones de azúcar para su evento, Teodoro está más que dispuesto en el número telefónico 5190-7321.








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