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EL MENSAJERO

  • Foto del escritor: Valerie Rodas
    Valerie Rodas
  • 11 jun 2020
  • 2 Min. de lectura

Un recado que se hace por mandato de alguien es la definición de mandado y el recado es indiscutiblemente, el encargo. Diríamos entonces que los mensajeros como los conocemos cotidianamente, hacen mandados, como decían las abuelitas, completan los recados. 


Estaba listo frente a mi puerta para entregar “la encomienda” expresado en sus palabras, un guatemalteco sonriente, de tez blanca marcada por el sol, ojos brillantes, estatura arriba de los 160 centímetros y la mirada levemente escondida a través de un casco color negro. Vestía un jeans desgastado color gris, una chumpa negra que parecía cubrirlo de las inclemencias del clima y zapatos negros, de los que son todo terreno. Me cuenta que si llueve el trabajo se complica, la motocicleta se resbala, los paquetes pueden dañarse por el agua y los pedidos toman más tiempo en ser distribuidos. Con el sol se avanza más pero el calor bajo una chaqueta y un casco no son tarea fácil tampoco, sin embargo, el trabajo de mensajería en moto es una forma rentable de sobrevivir en este país. 


Las tarifas van desde Q15 hasta Q35, incluso Q50, dependiendo de la distancia de los puntos de recogida y despacho, depende también de si es una entrega única o si es de un cliente frecuente. En un día este mensajero puede entregar hasta 18 paquetes y la motocicleta no consume más de Q25 diarios de combustible, cabe mencionar que una moto en buenas condiciones y dependiendo del cilindraje recorre un poco más de 100km por galón de combustible; si no hay clientes fijos utiliza su mochila de reparto identificada con la empresa “similar a un globo” para conectarse a esta aplicación de entregas y así ajustar las ganancias del día; las jornadas pueden extenderse hasta la noche porque con esta mochila amarilla puede circular sin restricciones y es más sencilla la entrada a condominios y colonias cerradas. 


Me entrega el paquete, recibe su pago y se dirige ahora a un punto al otro lado de la ciudad, tiene varias entregas pendientes aún, se quita la mascarilla que es ahora un aliado más de su vestuario, se coloca el par de guantes color negro, ajusta su casco, acomoda la mochila en su espalda y con la ayuda de un pie completa la rutinaria acción de darle vida al motor de su transporte de dos ruedas, que en tiempos de COVID es muy solicitado. 


Gracias a los mensajeros por llevar de un lado a otro quién sabe qué tanta cosa que se refugia en cada paquete. Si es usted mensajero o conoce a alguno, cuénteme alguna anécdota o deje por aquí sus saludos.




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