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MEMORIAS ESCOLARES 🚌

  • Foto del escritor: Valerie Rodas
    Valerie Rodas
  • 11 ago 2020
  • 4 Min. de lectura

Tomaba una taza con atol de haba, y mi memoria detonó un sin fin de recuerdos por su aroma. Volví entonces a escenarios escolares, vi de nuevo a las señoras que en los alrededores de los colegios y escuelas del centro de la ciudad, desde muy temprano, servían atol, jugo de naranja, panes y desayunos, usualmente eran los padres de familia o maestros quienes consumían con ellas tan importante tiempo de comida. Hablo a través de mi experiencia que tal vez coincida con la de algunos. 


La última clase la recibí hace unos 12 años. Estudié la mayor parte de mi infancia y adolescencia en colegios de barrio de la zona 1 y 2 de la ciudad; esto implicaba que donde hubiera centro de estudios, había tienda, abarrotería, librería, café internet, fotocopiadora y venta de helados en los alrededores. Recuerdo particularmente el sector del Parque San Sebastián, yo estudiaba justo al frente, y a mediodía decenas de estudiantes de los colegios y escuelas cercanas coincidíamos en la heladería de la esquina, no recuerdo el nombre, pero los helados de sombrilla eran deliciosos y muy exitosos, tanto que años después estudiaba por el Cerrito del Carmen y en la caminata de vuelta a casa pasaba a veces a comprar la respectiva sombrillita de zapote. Los contemporáneos recordarán el día que mataron a Gerardi, el área era intransitable y durante semanas todos los niños queriamos pasar “viendo” dónde había sido. 


Habían temporadas que era requerido que utilizara el servicio de bus, tanta cosa que se vivía en un bus escolar, para empezar la típica “que no te vaya a dejar el bus” ni en la mañana desde casa ni en la tarde en el colegio, así que desde temprano a esperar en la puerta con bolsón en mano, escuchar el ruidoso motor, para entrar tímidamente con un “buenos días” saludando a quienes ya iban despiertos porque varios iban adormitados. Los más pequeños iban adelante para que el monitor pudiera supervisar, y los más grandes hasta atrás cometiendo fechorías, yo estratégicamente me iba en medio, no me hacía enemiga de nadie y era amiga de todos, con algunos genuinamente y con otros más por temor que otra cosa. 


En las rutas que no eran exclusivas del centro de estudio se mezclaban estudiantes de varios colegios y escuelas, esto daba lugar a los intercambios amorosos vía “papelito” y verse era posible solamente mientras durara el recorrido, a menos que estuviera cercana alguna “Kermesse” o “Juventud del Don Bosco” para coincidir. El sacrificio en el bus siempre era para los que por la mañana subían primero y por la tarde bajaban de último. Había quienes aprovechaban para adelantar alguna tarea y por supuesto quienes llevaban refacción para el recorrido y con comida pasaban el rato. Lo más emocionante que podía ocurrir en el viaje era que una llanta se pinchara y que llegara un bus cercano al rescate. De idilios ni hablar, supe de un par chofer-alumna que eran secretos a voces, los buses escolares eran un espacio social que sustituia las redes sociales, en ese recorrido se contaban todos los chismes del día, era el momento de relajación.


Durante épocas de mi vida escolar fui también de “peatonal” ya que de pequeña me iba a traer y a dejar a la puerta del colegio mi mamá, ya más grande tenía la libertad de caminar a solas, este era otro mundo, a los que no usábamos bus nos daba tiempo de comprar chocobananos, chocopanes e ir a sacar las fotocopias o comprar láminas en la librería, a la salida también se facilitaba degustar la fruta de temporada o mangos, en aquella época con “lucas”, pepita y limón. 


En uno de los centros de estudio a los que asistí, los jueves se salía una hora antes, esto significaba que durante ese momento un colazo por la Sexta Avenida, en aquel entonces repleta de ventas, era posible; y así un abanico de uniformes escolares era visible en aquella saturada y bulliciosa avenida. “Peatonal” representaba también a aquella pequeña porción de alumnas “grandes” que hacían alarde de los ruidosos motores de los automóviles de los novios quienes llegaban “creídos” a recogerlas, tal vez con o sin permiso de sus padres. Y por supuesto estaban quienes se transportaban en camioneta, también tuve una época de ello, con aquel calor de mediodía y aroma a humanidad, aquellos viajes eran memorables, entre las doce y dos de la tarde, preescolares y adolescentes inundaban las camionetas, y las mochilas lastimaban bastantes pies. La cuarta avenida de la zona 1 era un caos vehicular y de alegres jóvenes corriendo por las calles persiguiendo o tratando de subirse al transporte público. 


Podría ocupar más líneas con recuerdos escolares, todo por culpa del atol de haba pero guardaré más temas para próximos relatos y si gusta, querido lector, cuenteme sus memorias de transporte escolar, ¿qué medio utilizaba? ¿qué compraba a la salida? o por usted ¿llegaba el novio?. ¡Que estén muy bien y que la memoria nos siga transportando a los momentos inolvidables que nos formaron!





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