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PENSAMIENTOS DEL ENCIERRO 📝

  • Foto del escritor: Valerie Rodas
    Valerie Rodas
  • 1 abr 2020
  • 4 Min. de lectura

“Vení que allá viene el coronavirus ve…” advirtió la madre al niño que corría en la banqueta mientras yo escuchaba desde mi ventana, esa estructura que se convirtió en la aliada perfecta de aislamiento, para respirar, para observar y a la que todos los vecinos nos asomamos cuando pasa la patrulla policial anunciando el inicio del toque de queda. Semanas atrás era perceptible que todo cambiaría; en el ambiente había una sensación indescriptible causada por la incertidumbre, algo nunca vivido por nuestra generación. Los primeros días parecía algo sacado de una película apocalíptica y creía que sería pasajero, hoy es una realidad, las calles están en silencio, despertar cada día cambió por completo, aquella rutina desapareció, el sueño de un trabajo desde casa se volvió realidad, pero no como lo esperaba, resulta que los humanos casi siempre queremos lo que no tenemos y cuando lo tenemos dejamos de disfrutarlo.

Haga de caso que tiene sed, de la que da de noche y causa pleito con el sueño, en la que se lucha entre dormir y levantarse por el vaso lleno de agua, así me he sentido estos días con ganas de escribir pero ocupada con el privilegio de un trabajo desde casa, los quehaceres del hogar y la ansiedad de la situación, finalmente la lluvia me dió un empujón, sintiendo la brisa fresca que me recorre a través de la ventana de mi habitación, que es ahora mi oficina también, ya no hay división entre lo personal y lo laboral.


Hace dos semanas me contaba la cajera del supermercado que al terminar su turno compró dos libras de azúcar para su consumo, una señora la persiguió gritándole “acaparadora” pero la cajera no cedió ya que el azúcar en ese momento se había agotado en las góndolas; creo que esa psicosis ya terminó porque recién fui al supermercado y para mi sorpresa todo fue muy tranquilo, resulta que si podemos ser ordenados y educados, todos guardaron su distancia, hicieron sus compras rápidamente y se sentía un ambiente de colaboración. El encierro me ha hecho pasar por todos los estados de ánimo, diversidad de géneros musicales y por mucha nostalgia porque ahora lo que nos entretenía en el exterior ya no está disponible, eso deja tiempo para recordar, también para disfrutar de actividades que no son tecnológicas o de consumo, jugar cartas, armar un rompecabezas, dibujar, pintar, leer, entre muchas otras que ya no recordábamos cómo hacer. Y qué interesante me parece que ahora sí queda claro que toda la publicidad de “tener para ser” o “viajar para vivir” ha sido una gran farsa, lo único que necesitamos es salud, alimentos, vivienda, personas y sobre todo libertad, lo sospeché desde hace tiempo.


La admiración es para mis vecinos que tienen dos hijos, ha sido un reto enfrentarse al encierro, los niños poco entienden de las restricciones y los padres enfrentan los demonios de su relación, días buenos, días malos, ahora somos observadores, oyentes de lo que antes no nos percatamos; he visto algunas películas, unas de tendencia y otras clásicas como “Mi pobre angelito” cuántos recuerdos de infancia despertó, alegrías familiares que hoy son más perceptibles. Con todo esto el mundo entero se detuvo, sin excepción, ahora velamos por sobrevivir mientras los animales disfrutan nuestra ausencia y pasean a gusto por el planeta que les pertenece y el que nosotros cubrimos con grandes capas de cemento, desconsideración, violencia y corrupción; de lo bueno hemos hecho poco pero esto nos está dando una gran lección; me encanta despertar y escuchar el incremento de voces del “Coro Nacional de Aves” y es que desde hace unos días es un concierto selvático en plena ciudad. Mis dos mascotas están felices, me tienen todo el día y hay menos personas transitando en la banqueta para alterarlas.

En medio de tanta cosa rara, decidí comprar una piscina para jardín, al principio me pareció cómico pero resultó ser un relajante necesario y un privilegio por supuesto, la coloqué en la terraza y ver el cielo mientras flotaba en el agua fue un espectáculo. Al pedir comida a domicilio conversé 15 minutos con la señora que tomó mi pedido, dueña del lugar y quien expresaba lo mal que se sentiría al tener que despedir a algunos empleados, su negocio es pequeño, sin duda muchas familias están pasando una gran pena económica en este instante, en verdad, nadie puede cantar victoria; eso es lo más curioso de este virus, afectó a toda escala social, ni todo el dinero del mundo puede comprar la vida o la alegría y eso es una lección que habría que ser muy cabeza dura para no comprender. Fue el cumpleaños de mi sobrinito, hicimos una videollamada para cantar cumpleaños feliz, sin abrazos, sin cercanía y me quedé pensando en las veces que preferí hacer otra cosa en vez de pasar tiempo en familia.


Mi abuelita decía que cuando el cielo tronaba era porque Dios estaba molesto de tanta maldad en la tierra, si no fuera por la ciencia, no sería loca la idea, hoy escucho los truenos de una forma distinta, con tanta enfermedad y muerte parece una película de terror, aunque sabemos también que después de la tormenta siempre llega la calma.

He lavado platos muchas veces, hasta lo siento terapéutico. Enfrentarse al encierro voluntario es complejo y por supuesto que debemos ser optimistas pero sin alejarnos de la realidad, yo no espero que todo regrese a la normalidad porque, como dicen por ahí, fue la normalidad la que nos trajo hasta aquí, deseo que este sea un mundo mejor, con mejores sentimientos y prioridades, al menos a mi ya me cambió. Hay días que parecen vacaciones, hay días que parecen sombríos, hay días eternos y días sin nada, no dudo que todos así lo sintamos, y eso es bueno, ahora hay tiempo para conectar con las emociones, para disfrutar y lidiar con todo lo que llevamos dentro. Allí va mi vecino silbando, allí está uno de los niños gritando, allí está el silencio en las calles pero ahora todo se escucha mejor. ¿Y usted, cómo la está pasando?


Foto: Editorial Mis Pasitos, del libro para colorear 🖍



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