¿QUÉ HAY DETRÁS DEL VIDRIO?
- Valerie Rodas

- 24 jul 2018
- 2 Min. de lectura
Una camiseta negra “American Eagle”, jeans rotos por desgaste y no por moda, zapatos blancos (ya muy grises) estilo “crocs” porque son cómodos para estar de pie y se secan fácilmente cuando el agua es parte indispensable del día; con la mirada perdida quién sabe dónde, él es Carlos, nombre ficticio porque no me autorizó publicar el real, uno de sus compañeros pasó a mi lado “retándome” para que yo limpiara un vidrio, como cosa rara, mi personalidad impulsiva se contuvo y no me atreví. La conversación continuó con Carlos, una de la más complicadas de desarrollar hasta el momento porque no lograba establecer una conexión; él no es de la capital, no tiene estudios y toda su vida se ha dedicado a vender en los semáforos pero me asegura que lo mejor es limpiar los vidrios delanteros de los carros, lleva 10 años realizando esta tarea, las personas a veces no pagan y se enojan, no comprenden, pero eso no importa porque hay conductores amables que le dan hasta Q5, y me cuenta que reúne hasta Q100 al día, no me quiso decir en qué zona vivía, no es descabellado pensar que no tiene un hogar, respecto a si tiene familia ni siquiera respondió “si o no” solamente se quedó callado viéndome fijamente con confusión, como si nunca alguien externo a su círculo le hubiera hablado.
Carlos no estaba drogado, estaba apagado, no pude percibir ninguna emoción en sus ojos, era como si el alma se le hubiera ido y solamente estaba su delgado cuerpo, de pie, frente a mí, dedicándose a sobrevivir; hace esto desde las 7 de la mañana hasta las 6 de la tarde, sin descanso, todos los días. Sus compañeros de semáforo lo veían curiosos mientras me hablaba, pero ninguno se acercó a conversar, la curiosidad no fue suficiente para romper la barrera de desconfianza que reflejaban sus ausentes miradas puestas en mí; me despedí con un par de monedas que coloqué sobre la palma de su mano cubierta de manchas grises, posiblemente de suciedad, no debe ser fácil “ser de la calle”.
Desde esa plática, Carlos me saluda desde lejos, muy tímidamente hace un triste intento de sonrisa, siempre lleva con él un paño, su plumilla roja y la botella plástica verde llena de agua con jabón. Qué importante es que seamos cautos para juzgar y humildes para empatizar, al final del día todos somos iguales, seres humanos, guatemaltecos, con distintas historias, unas con más fortuna que otras.
Foto: Valerie Rodas









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