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“TODO BIEN SEÑORA”

  • Foto del escritor: Valerie Rodas
    Valerie Rodas
  • 27 may 2022
  • 4 Min. de lectura

“Siéntese señora ¿cómo está hoy?” pues no muy bien responde ella, la doctora presta poca atención a la respuesta, como buscando salir de aquel trámite, una consulta más con períodos de tiempo incoherentes para seguimiento, medicamentos absurdos y diagnósticos irresponsables. Continúa, ignorando mi presencia porque por quien cobra su salario es por la paciente que revisó casi 4 meses atrás, no por mi indeseada presencia, “Pues mire salió todo bien, sus exámenes sin problemas, una leve gastritis, nada de qué preocuparse…” la mujer de avanzada edad se queda en silencio, yo sigo observando a la doctora intentando captar su atención sin éxito, ella teclea como si nada, apresurando la cita, sin revisar físicamente a la señora y evadiendo sus palabras que asumo considera necias, por ser de una persona de la tercera edad.


Minutos antes, al ingresar, nuestros bolsos fueron revisados por una agente de seguridad, varios ancianos fueron informados de la prohibición para ingresar alimentos en sus pertenencias, algunos objetaron indicando que el tiempo de espera sería largo y necesitaban comer por temas médicos pero como muchas de sus palabras, aquellos intentos fueron también en vano, los alimentos son prohibidos repetía con voz aburrida el joven en la entrada.


Aquel espacio parecía una gran galería adecuada con rampas, limpio en realidad, con enfermeros por todas partes dejando en el ambiente el sonido de la fricción del suelo con sus zapatos de goma. Algunos de ellos estaban dispuestos a ayudar, otros permanecían en miradas cómplices, forjando un amor de pasillo tal vez. A las constantes preguntas de los ancianos hay escasas respuestas amables, no hay megáfonos, no hay pantallas, no hay nada de tecnología para informar de los turnos, todos gritan al mismo tiempo nombres que completan expedientes médicos interminables que las secretarias y auxiliares almacenan, leen y sellan sin comprender que cada uno de ellos es una vida, una vida que durante años ha invertido obligatoriamente en su salud con una cuota mensual que es a veces más alta que la de un seguro privado.


Una doctora sale de una clínica, caminando como la dueña de aquel espacio, va seria para que ningún molesto anciano se le acerque con las mismas preguntas de siempre, se dirige a “su secretaría” para darle indicaciones respecto a uno de esos poco valiosos expedientes, se encuentra entonces a un señor al que sí decide hablarle “¿Y usted ahora viene como paciente y le toca esperar verdad?” y ambos estrechan sus manos como ex colegas soltando una carcajada de compadrazgo que me carcome, una complicidad macabra que claramente esconde todo lo que en ese lugar no se hace correctamente, regresa a “su clínica” ignorando a cualquiera y llama con un tono de voz desesperado seguramente por la hora de refacción, al siguiente paciente, repite varias veces hasta que el anciano reacciona, quién sabe con qué padecimientos y esfuerzos, la puerta se cierra; continúo mi espera acompañando a la señora.


Una secretaria atiende la ventanilla de información, me acerco para indagar respecto a un trámite, es claro que no tiene ganas de contestar; se acerca a la ventanilla una mujer con más de esos expedientes bajo el brazo y me pide permiso para conversar con la secretaria, accedo mientras lleno un formulario, y de nuevo esa sonrisa que ya me suena siempre macabra, “Ay, es tu cumpleaños…”, la secretaria afirma con la cabeza y le firma con prioridad, quién sabe qué y continúa atendiéndome a gritos porque nada se escucha allí. Le entrego el formulario y la felicito por su cumpleaños, su semblante entonces se torna amable y agradece.


Debo pasar a otra área, cuatro asistentes están tecleando una al lado de la otra, no tienen tiempo de nada más, hay papeles por todos lados y ancianos frente a ellas recibiendo instrucciones todo el tiempo, hay un breve espacio entre el turno anterior y el mío, y una de ellas le dice a su compañera “Mirá, te traje esto, ya no te lo di ayer…” y le pasa una bolsita plástica con artículos de belleza, ella sonríe “No te hubieras molestado oíste, gracias ¿cuánto te debo?” y hay un silencio incómodo que presiento no es nuevo, “No es nada” responde con el tono de voz de un ambiente laboral tóxico. Me acerco a mi turno y a regañadientes resuelven mi duda sin dejar de teclear un solo segundo.


La señora me mira como diciéndome que es hora de avisar lo que en realidad está ocurriendo a aquella doctora que me ha ignorado durante casi 10 minutos, interrumpo su “Todo bien señora” y le digo, “Doctora, le voy a contar…” y le entrego una carpeta con estudios médicos recientes de un hospital privado que desafortunadamente indican todo lo contrario, la señora tiene un grave padecimiento que lleva años avanzando, mismos años en los que este lugar no ha hecho nada por tratarlo o detectarlo oportunamente. La doctora da un vistazo a la documentación y ahora es otra persona, nerviosa, amable, compasiva y muy atenta a mis explicaciones, se excusa en lo lento que son los procesos en la institución y ahora habla de “urgencia” entrega medicamentos efectivos inmediatamente y hace papeleo para la semana siguiente, aunque hace la salvedad que en sistema quedará a 3 meses porque sólo así se puede hacer. Ya no teclea con precisión, está desorientada, avergonzada. Nos despedimos.


Acompaño a la señora a la puerta de salida, una anciana con un parche en el ojo pregunta a cada enfermero a dónde dirigirse, le dan indicaciones sin dignarse a acompañarla mientras continúan en sus amenas pláticas; nuevamente una agente de seguridad nos revisa a profundidad los bolsos para salir, como si fuésemos nosotras las ladronas. Transcurrida 1 hora recibo una llamada de una doctora que en 2021 me respondió vía Whatsapp respecto a la salud de la señora un mensaje diciendo “Abocarse a los números institucionales”, ahora la doctora, también nerviosa, es amable, me pide enviarle por WhatsApp los exámenes del sector privado, habla también de “urgencia” y revisa el listado de medicamentos sin sentido que ha enviado durante años, “Voy a quitar el protector solar oye”…


La señora es mi madre, puede ser su mamá, su tía, su esposa, su esposo, su padre, usted o yo en unas décadas sufriendo el descaro de una institución de salud pagada mensualmente por millones de guatemaltecos, que es totalmente ingrata y poco funcional. ¿Para qué le digo cuál?


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