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“TREMENDA”

  • Foto del escritor: Valerie Rodas
    Valerie Rodas
  • 13 jul 2022
  • 4 Min. de lectura

“Lo que pasa seño es que de ahí a quien iban a culpar es a mí, ¿quién fue? iban a preguntar y rápido todos pensando en el tata…” asegura deteniendo su oficio, levantando ambas manos en señal de cuestionamiento clavando su mirada que sospecho honesta, en mí, como buscando aprobación de aquella fuerte realidad.

Si algo he aprendido escribiendo en este ameno espacio, conociendo a muchas personas, es que no a todos nos escandalizan las mismas cosas porque no todos hemos tenido las mismas oportunidades, mucho menos vivencias. Lo que para algunos es impensable y trágico para otros es algo común.


Este es el caso de Felipe, nombre ficticio, por respeto. Hace un tiempo conocí a Don Felipe por mejoras que necesitaba para mi vivienda, él me ayudó, le ofrecí un vaso con agua mientras conversábamos de aquello como si fuera nada, yo estaba pretendiendo la misma naturalidad con la que él relataba los hechos porque conforme analizaba sus gestos, tono de voz y mirada, comprendía que en su historia no había negligencia por su parte sino un modo de crianza que es el único que él conocía.


“La patoja me salió más viva que otra cosa usté… yo le hablé, la mamá no se mete en eso, total que ella no hizo caso, a él le fui a hablar también varias veces y nada, total de que apareció con panza…” aquella situación de un embarazo no deseado no se había convertido en algo tan impresionante hasta que mencionó detalles lamentablemente más comunes de lo que algunos imaginamos. El hombre al que le había ido a hablar para advertirle de las consecuencias, era el chofer del bus escolar de “la nena”, un hombre de 30 años mientras que la hija de Don Felipe tan sólo tenía 11 años. Según datos del sitio web de UNICEF, en Guatemala cada día se reportan 23 casos de abuso sexual a niñas y adolescentes y nacen 6 bebés de niñas menores de 14 años producto de una violación.


En la mente de Don Felipe aquello no fue una violación sino un acto consensuado en el que su hija tuvo plena conciencia y responsabilidad, su decisión de hacerla denunciar el hecho fue porque quedó embarazada y él temía un linchamiento en la comunidad porque “usualmente” es el papá el responsable de estos escalofriantes acontecimientos, Felipe me relató con sincera angustia aquel suceso, indicándome que su decepción fue grande y también el miedo por la denuncia porque aquel hombre que abusó sexualmente de su hija, tenía poder. Me contó que el período de embarazo fue “tranquilo” y el parto “un poco complicado” pero decidieron llevar a término el mismo porque la doctora del municipio les dijo que era más probable morir en un proceso abortivo que dando a luz. “Salió bien seño, quedó un par de días ahí en el sanatorio porque le quedaron temblando las canillas… pero nada más” como que aquello fue cualquier cosa.


Felipe me compartió que luego de la denuncia no faltaron las intimidaciones, los ofrecimientos de efectivo para desistir del proceso y quiénes aseguraban que “la nena” era la “tremenda”. Él no aceptó dinero porque aunque gastó considerablemente, Q800, durante todo el embarazo y parto, no era eso lo que buscaba, sino simplemente que nadie pensara que “había sido el tata”.

Con un tono de curiosidad mezclado con asombro me narra “…y es que fíjese seño que los jueces todo lo saben y todos esos licenciados ahí en el juzgado miran todo, ellos se fijaron bien que a mi hija se la baboseó tal vez porque como ella todo respondía defendiéndolo y riéndose pues rápido dijeron que así mismo se había acostado con él a pura risa…”


Mientras el sudor recorre su frente  oscurecida por más de 40 años de sol durante largas jornadas de trabajo que ejerce desde muy joven al haber crecido sin acceso a educación y en una familia que sobrepasa la docena de integrantes, Felipe me cuenta el desenlace de su experiencia. Aquel abusador finalmente fue a la cárcel no sólo por el caso descrito sino también por el de otras niñas en la misma situación, aunque Felipe me recalcó que en realidad eso a él de nada le sirvió sino insistió en que lo importante fue esclarecer de quién era el bebé.


Me cuenta que su nieta es ahora una niña feliz a quien él le regala todo lo que puede como abuelo y a quien ha criado como si fuese su padre, me comparte que su hija le reclama que quiere más a su nieta que a ella, a lo que él me aclara en tono quejumbroso “…es que seño cómo me dice ella eso, mire yo a ella le di lo que había, a veces pan, a veces no pero es que yo no ganaba igual que ahora, uno da lo que tiene en el momento, no m’iba a poner a robar…” y sonríe con cierta inocencia, no la de un santo pero suficiente para percibir que este guatemalteco ha hecho lo mejor que puede con la vida de él y la de su familia.




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